DUALIDADES MASONICAS - EL SIMBOLISMO DE LOS GREMIOS OPERATIVOS
DUALIDADES MASONICAS
EL SIMBOLISMO DE LOS GREMIOS OPERATIVOS
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1. Plomada y el Nivel.
Mientras la Plomada es el emblema del Segundo
Vigilante, el Nivel está asociado al Primer Vigilante o Vicepresidente de la
logia. La utilización de ambos instrumentos en albañilería es perfectamente
opuesta entre sí: la Plomada sirve para trazar planos perpendiculares; el Nivel
busca afirmar la horizontalidad.
Ambos elementos se empezaron a utilizar en la
construcción de las pirámides egipcias. En su versión antigua consistía en un
bastidor de madera parecido a una A, un ángulo de lados iguales y desde cuyo
vértice que apuntaba hacia arriba pendía una plomada; una marca situada en el
travesaño horizontal señalaba la verticalidad y debía coincidir con la plomada.
Hoy, en albañilería este instrumento es completamente diferente, y ha sido
sustituido por el llamado nivel de burbuja, pero permanece como símbolo de las
hermandades de constructores (el "compagnonage") y de la masonería
especulativa.
Algunos han querido ver en el diseño de este
instrumento una esquematización del Azufre, elemento químico equivalente al
alma humana. En cierta forma el Nivel se utiliza para fundamentar bien la
construcción ulterior sobre un firme completamente horizontal; de la perfección
de este instrumento originario dependerá la solidez de todo el conjunto. En ese
sentido es, efectivamente, similar al alma, parte originaria del ser humano
cuyo desarrollo y afirmación se pretende. Puede pensarse hasta qué punto
resulta absurdo el que algunas logias masónicas hayan sustituido este
instrumento por el nivel de burbuja, carente de cualquier simbolismo.
En los primeros grados de la masonería se
considera muy importantes estos dos instrumentos que llegan incluso a
simbolizar los dos primeros grados de iniciación: así, el paso de la Plomada al
Nivel comporta el paso del grado de Aprendiz al de Compañero, el primero y
segundo de la jerarquía masónica. El primero es un grado que comporta reflexión
interior, aprendizaje y sumisión al maestro de la logia; el masón se convierte
así en sujeto pasivo que recibe enseñanza y empieza a ser desbastado de su
ignorancia. El segundo, por el contrario, es un grado activo y expansivo: los conocimientos
adquiridos en el primer nivel de iniciación le permiten caminar por sí mismo en
su interioridad. Pero nada de todo ello sería posible, si las bases de este
trabajo no estuvieran sólidamente asentadas sobre un terreno bien equilibrado y
horizontal; nada de todo ello, en definitiva, sería posible sin saber utilizar
la el Nivel.
En el plano moral, aquel en el que tan
frecuentemente permanecen los masones actuales, el Nivel es tomado en su
acepción ético-social como el referente de la igualdad, la vida en común y la
ausencia de autoritarismo; en otras palabras, como el instrumento paradigmático
del segundo término de la trilogía ideológica de la masonería:
"igualdad". Resulta difícil comprender, en cualquier caso, la
relación entre la "igualdad" masónica y el complicado sistema
jerarquizado en extremo que preside la organización interna de las logias: en
efecto, la igualdad es la antítesis de la jerarquía. Esta, por el contrario, es
una de las acepciones simbólicas de la plomada.
En tanto desciende verticalmente, supone
distintos escalones de aptitud y preparación: la plomada es superior a lo que
mide; la tierra y su ley de la gravedad, atrayendo al plomo que pende del
límite del hilo dramatiza así la condición humana atraída por el elemento
tierra. Indica también una dirección descendente y de caída que debe ser
invertida mediante el uso del Nivel con el cual, como hemos dicho, se prepara
la superficie sobre la que se asentaba el edificio construido ulteriormente.
Pero la Plomada tiene también un sentido
superior. Al descender del aire a la tierra, lo que hace es poner en contacto
dos órdenes de realidad: un polo celeste y un polo terrenal. Diversos símbolos
son los que disponen de esta característica axial propia de comunicadores entre
el cielo y la tierra. También indica una cierta correspondencia entre lo alto y
lo bajo, entre las realizaciones trascendentes y lo contingente, entre el mundo
del ser y el del devenir. Lo que va de uno a otro extremo de la Plomada es lo
que va del principio metafísico a la manifestación de este principio en la
actividad cotidiana; resume a sí perfectamente el concepto masónico de cosmos.
Fue así como estos instrumentos que procedente de
nuestro pasado más remoto y ancestral, rebasaron su modesto cometido de simples
útiles de trabajo y sugirieron a los artífices que construyeron nuestras más
hermosas catedrales, toda una serie de correlaciones simbólicas que iluminaron
su existencia y contestaron a sus porqués. !Cómo no sentir añoranza de un
tiempo en el que las herramientas hablaban a los hombres con el lenguaje de la
metafísica!.
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2. El Mallete y el Cincel.
Herramientas propias de los canteros, fueron
utilizadas durante milenios en las hermandades de constructores, hasta que el
destino quiso que su simbolismo fuera incorporado al de las logias masónicas en
donde todavía hoy figuran en los cuadros del aprendiz y del compañero. Una vez
más encontramos en estos instrumentos el doble carácter, activo y pasivo, que
veíamos en el Nivel y la Plomada. El Martillo, golpea activamente la piedra,
dirigido por la hábil mano del artesano que lo dirige, no directamente contra
ella, sino optimizando su acción a través del Cincel; éste, por su parte,
cumple pasivamente su cometido. La antítesis entre uno y otro es lo
suficientemente evidente como para que no insistamos.
Ahora bien, hay una serie de aspectos que
interesa resaltar. El Cincel, por ejemplo, en tanto que ocupa un lugar
intermedio entre el Martillo y el material que desbasta, es activo en relación
a éste y pasivo frente al Mazo y a la fuerte mano que lo maneja. No puede
extrañar pues que éste instrumento, fuera asociado inicialmente al grado de
Compañero, el segundo en la jerarquía masónica, anterior a la maestría y
posterior al aprendizaje. O si se quiere, la jerarquía masónica hace del
Compañero un estadio intermedio entre la pasividad absoluta y la iniciativa
total correspondiéndole algo de lo uno y de lo otro.
Pero sobre todo, el grado de Compañero es un
grado problemático. A decir verdad, quizás la gran carencia de la masonería moderna
consiste en considerarlo como un grado de trámite en el que los aspirantes a
maestros aspiran a permanecer solo el tiempo imprescindible. Pero, en realidad,
es el grado de instrucción por excelencia. Atrás se ha dejado la fase de
ignorancia total, de inercia; por delante quedan los grados de consumación del
aprendizaje, pero éste? dónde se realiza? la lógica quiere que fuera en ese
grado intermedio en donde se operase la verdadera formación y selección de
hermanos masones. Pero no siempre la lógica es la gran aliada del taller
fraterno.
Lo característico del Cincel es desgastarse con
cierta frecuencia, perder capacidad de penetración y precisar un nuevo afilado,
perífrasis mística del sendero que debe seguir el compañero, siempre propenso a
caer en el error y precisar de un nuevo enderezamiento; sometido al riesgo de
no persistir en su tarea lo suficiente, de desanimarse así como el Cincel se
desafila y convierte en romo y estéril para el trabajo. Entonces la hábil mano
del Maestro deberá entrar en acción; pero también el Compañero deberá revisar
constantemente su preparación y conocimientos, tendrá la obligación de estar
alerta sobre sus deficiencias y desviaciones.
El Mallete ha sido símbolo de la autoridad
suprema desde la más lejana antigüedad. Arma de Thor y de Hércules, arma de los
"dux bellorum", ha pasado a las logias como idéntico carácter.
Manejado por los maestros se utiliza en las ceremonias para iniciarlas o
concluirlas, tocado a ritmos diversos indica momentos importantes en el
desarrollo de los ritos y en las recepciones de nuevos hermanos.
No es raro que el Mallete sea el instrumentos
característico del Maestro: expresa la voluntad libre y soberana de crear y
construir; más que ningún otro instrumento tiene un carácter ejecutor de la voluntad;
quien lo toma en sus manos debe tener previamente en su interior la imagen de
lo que va a construir, la forma de lo que quiere modelar; y todo esto debería
ser atributo del Maestro de logia.
Ambos instrumentos, a pesar de estar dotados de
contenidos simbólicos diversos, son inseparables uno del otro; perfectamente
inútiles cuando no colaboran en la misma obra, denotan una necesaria capacidad
organizativa y una coordinación de quien los utiliza. Simbólicamente el Mallete
es utilizado con la mano derecha y el Cincel sostenido con la izquierda, tal
como corresponden a sus características; es solo así como logran modificar una
y mil veces la materia en bruto.
No es extraño que este carácter de extracción de
nuevas realidades se haya asociado con cierta frecuencia a un simbolismo
sexual. El Cincel sería una forma fálica que a través de su capacidad de
penetración de la materia femenina, consigue generar en el vientre de ésta,
nueva vida; pero esto no compete en solitario al Cincel sino a su asociado, el
Mallete. Y con todo, hay que ser cautos en este tipo de asimilaciones,
desconocidas en la antigüedad y que fueron descritas en tiempos relativamente
recientes. En efecto, Freud y los suyos, no pudieron concebir un universo
simbólico liberado del pansexualismo que desvirtuó todos sus intentos
interpretativos. Una vez más, la rana de la charca no pudo concebir la grandeza
del océano.
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3. Escuadra y el Compás.
Hasta aquí hemos visto símbolos que solamente los
miembros de las logias y unos pocos interesados conocen; pero si hubiera que
preguntar cuál es el símbolo más universalmente extendido y que mejor expresa
el origen filosófico de la masonería y sus ideales, éste sentía sin duda el de
la Escuadra y el Compás. No se trata tanto dé una dualidad opuesta como complementaria
y, en cualquier caso, que permite la realización de tareas que competen a dos
estructuras completamente diferentes y contradictorias: el cuadrado y el
círculo. Si ignorásemos cualquier otro instrumentos propio de las logias,
bastaría con conocer el cometido de la Escuadra y del Compás pare reconstruir a
partir de ellos toda la filosofía masónica.
Hasta tal punto son importantes que nos ayudan a
comprender por qué son 33 los grados de la masonería y puede decirse que, sin
estos dos instrumentos, no sólo sería incomprensible el simbolismo de las
logias, sino que ni siquiera hubieran sido alzadas nuestras más hermosas
catedrales. Una muestra de la ineficacia de los modernos sistemas de enseñanza
radica en que tanto la Escuadra como el Compás son útiles que acompañan a todo
escolar desde sus primeros años de aprendizaje, y sin embargo, ningún plan de
enseñanza registra una reflexión sobre las cualidades de los instrumentos que
durante años el niño deberá utilizar en su aprendizaje. Pero la disociación que
hoy existe entre un instrumento y las enseñanzas morales que nos pueda aportar,
era desconocida en otro tiempo, de tal forma que no se concibió instrumento que
permaneciera al margen de un contenido didáctico, referido no solo a la tarea
específica para la que había sido concebido, sino fundamentalmente a una
disciplina ética y moral.
Fijémonos solo un instante, por que nunca más lo
olvidaremos, como estos dos símbolos de la Escuadra y el Compás nos sugieren,
en su simplicidad, las tres situaciones posibles en el terreno espiritual.
Siendo la Escuadra el instrumento a través del cual se delimita y trazan las
formas posibles del mundo material, cuadrados, rectángulos, líneas rectas, el
Compás, por el contrario, delimita un círculo tenido como imagen de lo
Absoluto, de aquello que tiene principio y fin en sí mismo. Así pues, la
Escuadra simboliza la tierra, el Compás el cielo. Cuando veamos a la primera
superpuesta al Compás esto nos indicará luna situación de dominio de la
materia; si, por el contrario, Escuadra y Compás se muestran entrelazados, tal
situación nos advertirá sobre el equilibrio de fuerzas entre mundo material y
mundo espiritual. Y si, finalmente es el Compás el que se superpone a la
Escuadra, quedará claro el dominio espiritual. Pues bien, esto que parece
simple y concluyente define los tres primeros grados de la masonería, sus
contenidos simbólicos y sus calidades metafísica: Aprendiz, Compañero y
Maestro.
Escuadra y Compás, por su amplitud simbólica,
son, en sí mismos, libros mudos, no es raro que sean equiparados en las logias
al Libro Sagrado, la Biblia, y que los tres constituyan las "Tres Grandes
Luces" que deben iluminar la senda del miembro de la orden. La función de
la Escuadra es medir magnitudes del mundo material, mientras que el Compás mide
ángulos; el primero supone una aproximación al mundo de la cantidad, el segundo
al de la calidad y la esencia. Por esto mismo y como veremos en otra parte, el
cuadrado que puede trazarse con la escuadra es el símbolo del mundo material y
el círculo que surge del manejo del compás lo es del espiritual, siendo el
instrumento que corresponde al Supremo hacedor; de hecho en el arte medieval
insistió abundantemente en la asimilación de Dios al Gran Arquitecto del
Universo, representado con su atributo de creador: el Compás.
En las logias el Compás muestra generalmente dos
angulaciones: abierto a 90º indica el ángulo que no se puede superar, el límite
de la manifestación y, por esto mismo, el equilibrio entre sus dos brazos;
abierto a la mitad, sus 45º sugieren equilibrio entre fuerzas antitéticas,
situadas de manera dinámica y constructiva. Así precisamente puede verse un
compás manejado por la musa Urania en la cúspide de la Casa Xifré de Barcelona,
acompañando a Saturno-Cronos. Puede verse a la musa embarazada como asimilación
a Balkis, amante de Hirám que, tras abandonarlo y resultar muerto, quedó
embarazada de él; episodio simbólico por el que los masones aceptan gustosos el
nombre de "hijos de la Viuda". Esta asociación de Urania con Saturno
nos permite afirmar que en la cosmología masónica, el Compás es, al mismo
tiempo, el emblema de la Geometría y la Astronomía, mide las angulaciones de la
tierra y del cielo y permite insertarse en los secretos de ambos mundos. No es
raro, por lo mismo, que originariamente Saturno fuera una divinidad agraria y
que su relación con el Compás estuviera motivada por la necesidad de roturar y
medir las tierras. En manos de Urania significa el escrutar el Cosmos
desvelando su influencia en las acciones de los hombres. Es significativo a
este respecto que en astrología la cuadratura -distancia de 90º entre dos
planetas- sea considerada como un aspecto muy negativo, pero lo es solo en
tanto que esta angulación es la propia e inamovible de la Escuadra.
Toda la movilidad del Compás es fijeza en la
Escuadra. Así hay que entender la joya que la representa colgando del cuello
del Venerable Maestre de la Logia, su voluntad no puede ser otra, más que la de
hacer cumplir las Constituciones y los Estatutos de la Orden. Es libre solo
para eso; pero para acceder a ese noble rango debe necesariamente hacerse
acreedor del otro atributo derivado de la Escuadra: la rectitud que lo debe
caracterizar por encima de cualquier otra virtud; no deberá ceder a la
debilidad, tendrá la rigidez propia de quien quiere imponerse sobre la materia
y aspira a ser perfecto y la perfección se mide por el grado de identificación
con lo establecido en las Constituciones.
Estos dos instrumentos son esquemáticamente
idénticos a las letras griegas gamma ( G
) y lambda ( l ). Las cuatro gammas
forman una svástica completa, por eso en masonería uno de los símbolos más
habitualmente utilizados es la letra G inserta dentro de una estrella. La G
corresponde a la gamma y de la misma forma que la geometría -cuya inicial es
precisamente la G- es la quinta ciencia en la enumeración de las artes
liberales, la quintaesencia del mundo manifestado y simbolizado por las cuatro
gammas que forman la svástica es, así mismo, es la estrella de cinco puntas.
Por lo demás, desde el punto de vista
numerológico, el valor de la gamma es 3 y el de la lambda 30, su suma, la suma
de la escuadra y el compás, es 33, como el número de grados de la masonería,
como la edad de Cristo, como los 33 peldaños que componen la escalinata del
parque de Güell, como el número que puede obtenerse en infinitud de
combinaciones sumando las cantidades que figuran en el cuadrado mágico del
Pórtico de la Pasión en la Sagrada Familia...
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4. Piedra sin Desbastar y Piedra Puntiaguda.
En el cuadro del grado de compañero pueden verse
dos símbolos de los diferentes estadios alcanzados por la materia prima al
inicio de los trabajos y en el momento de la conclusión. A la izquierda una
Piedra negra y sin desbastar, a la derecha la misma Piedra pulida y convertida
en un cubo puntiagudo. En el cuadro del grado anterior, el de aprendiz,
aparecía otra imagen intermedia, la de la Piedra cúbica que examinaremos en su
momento, estado intermedio entre las dos que acabamos de nombrar.
En algunas logias y en determinados ritos masónicos,
la Piedra puntiaguda figura con un hacha insertada en su cúspide; el carácter
sideral y uranio del hacha implicaba en este caso que para alcanzar esta fase
de perfeccionamiento, el masón debía recurrir a una fuerza y un poder situados
por encima de él y de su personalidad común. Así pues, el grado de Maestro era
un grado de perfección y de apertura hacia lo Absoluto.
La Piedra puntiaguda en ocasiones se representaba
como una pirámide, en otras como un monolito de estilo egipcio constituido
esquemáticamente por un paralelogramo coronado por una pirámide. También se le
representaba sobre el plano como un cuadrado al que se le superponía un
triángulo equilátero. Al "cuaternario inferior" -síntesis de fuego,
tierra, agua y aire- surgido de la unión de las cuatro escuadras de brazos
iguales (el "gammadion") representante del mundo material, se le
superponía el "delta luminoso", símbolo del mundo espiritual y de las
calidades superiores, que llegó hasta la masonería por un complicado camino que
pasaba a través de la simbólica católica, la cual hizo de él "el ojo que
todo lo ve", representación del mismo Dios Padre.
En ocasiones el simbolismo de un trabajo
espiritual venía representado en una clave diferente, adaptado a las
características de la casta a la que pretendía ejemplificar. Así pues, el
símbolo artúrico de la extracción de la espada de una Piedra entraña la
separación de un principio superior representado por el mango y la guarda de la
espada, de la Piedra, representada por el cuadrado de los cuatro elementos. La
Piedra puntiaguda era, finalmente, para otro sector del mundo tradicional, la
representación de la Piedra Filosofal de los alquimistas, otro símbolo del
máximo grado de perfección.
Lo que para los constructores y masones era la
Piedra en bruto, para los alquimistas era la materia prima. En cualquiera de
las dos concepciones se consideraba que el objetivo a perseguir estaba
contenido en la materia a emplear. La Piedra Filosofal no estaba fuera de la
materia a través de la que se alcanzaba, y la perfección de una estatura estaba
ya contenida en la multiplicidad de las formas posibles residentes en el
interior de un bloque de Piedra recién extraído de la cantera. La Piedra sin
desbastar y la materia prima, eran símbolos de la perfección originaria, de la
misma forma que la culminación de los trabajos en la Piedra puntiaguda era
interpretada también como límite de perfección; un curioso símbolo coincidente
con lo que decimos es el del cono tallado y situado sobre un pedestal cúbico.
El símbolo que se le otorga es el de un principio masculino -el cono-
descansando sobre la Piedra femenina; unidos así representan, como la Piedra
puntiaguda, al andrógino que fue en los orígenes y que vuelve a ser en la
culminación final del trabajo sobre la materia prima.
La Piedra en bruto indica la situación del cosmos
anterior a la Creación, es, por tanto, símbolo de caos, indiferenciación y
pasividad. En ese magma entran distintos estados de la materia, no debemos
reducirlo ni confundirlo con el mundo material que conocemos; en absoluto, lo
que se indica con esto es que cuerpo, alma y espíritu están mezclados
caóticamente, de tal forma que no puede haber inicio de los trabajos sin
practicar lo que la alquimia llama "el arte de la separatoria", es
decir, la identificación y extracción de cada uno de estos elementos de los
demás. No siempre se realiza, no siempre el hombre es consciente de cual es la
materia sobre la que debe trabajar -sobre sí mismo- y así se producen fenómenos
interiores que reproducen perfectamente los distintos tratamientos que puede
darse a la materia. Si el artesano golpea indiscriminadamente a la piedra, sin
orden ni concierto, descuidadamente, no conseguirá sino disgregarla en pequeños
trozos, símbolo hermoso de una vida desperdiciada y vana; si, por el contrario,
logra acometer la tarea de desbastar su piedra con cuidado y aceptando el hecho
de su ignorancia y de su necesidad de aprender, es posible, que poco a poco
vaya dotando a la piedra de forma: su ser se irá manifestando; tal es el
símbolo.
Los minerales, tal como salen de la mina están
muertos, es tarea del artesano o del hermetista, revitalizarlos. Cuando el
artista golpea con el Cincel la Piedra y saltan chispas debe entender por este
signo que resta aun en el mineral el principio latente del fuego gracias al
cual, avivándolo, puede recuperar el estado de pureza original. Esta visión del
universo probablemente chocará con el escepticismo de la ciencia para la que
las nociones de vida corresponden solo al mundo orgánico y en absoluto al mineral;
pero es sin embargo una visión mítica y mágica del mundo que, no solo ayuda a
explicarlo, sino que además es utilizada como vehículo de realización interior.
Es muy importante entender que cuando el hermetista o el hombre tradicional
hablan de la "vida de la piedra" se refieren a una vida no orgánica,
aluden a su calidad, a sus vibraciones, identifican en la Piedra, en cada
mineral, pero también en cada planta y en cada especie animal, en cada estrella
y constelación, un aspecto de todo ello que sintoniza más perfectamente con su
propia vida. El oro pasa a ser así, por una ley de correspondencias símbolo del
sol, del corazón, del centro del universo, de la realización espiritual; la
Piedra, lo es de los distintos estados de evolución del ser. !Tiempo maravilloso
aquel en el que toda realidad era un símbolo y cualquier símbolo podía
expresarse a través de una realidad material!
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5. El cubo y la esfera.
Más que a la masonería esta dualidad concierne
genéricamente al mundo mágico de los símbolos. Si la hemos incorporado a esta
sección es, fundamentalmente por que la Piedra cúbica es un símbolo masónico
por excelencia. Sin embargo, es más difícil percibir el símbolo de la Esfera en
las logias; si bien su representación plana, el círculo, ocupa un lugar
importante, para entrever la esfera hay que recurrir a ornamentos que la
incorporan, la esfera armillar, por ejemplo, aparece en algunas logias como
símbolo del cosmos sobre las columnas Jakin y Boaz, en otras representaciones
masónicas representa al huevo filosofal situado sobre una peana componiendo
ambos elementos lo esencial del atanor de los alquimistas. Así puede vérsele en
Barcelona en el frontispicio de la Casa Xifré, detrás de Urania y en los
Jardines del Laberinto cerca del estanque, construcciones ambas de indudable
inspiración masónica.
La más estable de todas las formas, el Cubo, se
opone visiblemente a la más móvil de las figuras geométricas. El Cubo parece
sugerir inamovilidad; apoyado en cualquiera de sus seis caras, es el símbolo de
estabilidad completa, pero también de materialidad. La Esfera, por el
contrario, al poder girar libremente hacia cualquier dirección, es una forma
completamente dinámica y, considerada, como la más perfecta, parábola material
de la misma esencia divina. Orígenes de Alejandría decía que las almas cuando
entrar en el Paraíso lo hacen rodando, "pues la Esfera es el más perfecto
de todos los cuerpos".
Esta asimilación de la perfección a la Esfera
deriva de sus características geométricas. Existen en ella elementos que lo
hacen completamente diferente al resto de los poliedros regulares. Por de
pronto cada uno de los puntos de su superficie dista lo mismo del centro; esto
ya implica regularidad y orden. Pero al mismo tiempo existe en esta figura una
paradoja. En sí misma, la Esfera procede de la irradiación de un punto central
hacia el exterior, como una explosión. Cada punto de la superficie no es sino
un punto unido por un radio al centro, lo que, en otras palabras, quiere decir
que el centro contendrá el mismo número de puntos que la superficie exterior,
es decir, infinito número de ellos. La paradoja estriba en que, por una vez, en
geometría, el cero y el infinito son una sola y misma cosa. Por eso la Esfera
remite al mundo espiritual.
El proceso de formación de un cubo es sensiblemente
diferente. Un punto en desplazamiento genera una línea recta, una línea recta,
a su vez, desplazada, genera una superficie y esta un volumen. La proyección de
cada una de las caras del cubo así constituido marca las seis direcciones del
espacio; siendo la séptima el propio cubo de origen.
Todas estas asimilaciones fueron tenidas en
cuenta por arquitectos de muy diferentes culturas. Frecuentemente se ha
repetido que el mundo espiritual sería imposible de manifestarse sino fuera a
través del mundo material, mientras que éste sería un mundo frío y oscuro de no
tener la perspectiva de facilitar el acceso al mundo luminoso y superior. Esta
complementareidad de ambos órdenes de realidad se muestra en las construcciones
árabes tradicionales formadas por una semiesfera superpuesta a un cubo; éste
último representa a la tierra y la semiesfera al cielo; así mismo en los
ábsides de las pequeñas iglesias románicas es frecuente ver como están
cubiertos por un cuarto de esfera que, para acentuar su asimilación al cielo,
está incluso pintado de azul y motejado de estrellas.
El cuadrado y el círculo, a pesar de ser figuras
trazadas de diversa forma, aun siendo opuestas en sus significados y calidades,
siempre terminan por ser relacionadas entre sí. Uno de los problemas
matemáticos que se han mostrado irresolubles a lo largo de los siglos es el de
la cuadratura del círculo, problema que va más allá de lo estrictamente
matemático: relacionar cuadrado y círculo (cubo y esfera) equivale a
reconstruir una síntesis originaria superior a cada una de las partes. Pero, si
bien el problema matemático no tiene solución, no ocurre lo mismo desde el
punto de vista geométrico, existiendo distintas variantes para encontrar un
cuadrado cuya superficie equivalga a la de un círculo. Uno de los métodos para
resolver este problema consiste en trazar una vésica piscis (símbolo
pristino de la dualidad) desde cuyos extremos el cuadrado simétrico es
aproximadamente idéntico al del círculo a partir del cual se traza.
Una de las personalidades que conocían esta
resolución geométrica era el prominente masón barcelonés, Ildefonso Cerdá,
planificador del Ensanche barcelonés en cuyos octógonos dejó constancia del
conocimiento de esta fórmula practicada en su tiempo por los maestros masones.
Las famosas manzanas barcelonesas son el testimonio de una sabiduría que el
devenir del tiempo no logra erradicar.
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6. San Juan Bautista y San Juan Evangelista
El papel de San Juan en la masonería,
especialmente en la de Rito Escocés, constituye una de las fuentes de mayor
riqueza simbólica y, acaso uno de los patrimonios más remotos que mejor
encajaron con el cristianismo. Tras el simbolismo de los dos San Juanes se
puede reconocer sin dificultad el de Jano, dios latino bifronte, dios del
pasado y del presente, de los cruces y de las puertas, dios de los caminos,
pero, fundamentalmente, dios del principio y del fin del ciclo anual. Fue una
derivación de su nombre la que se utilizó para denominar al primer mes del año,
jaunarai, enero, mes en el coincidían el primer instante del nuevo año y el
último del ciclo pasado.
Históricamente está suficientemente documentado
que las fiestas de Jano fueron sustituidas por las de San Juan Evangelista,
solo que el doble rostro del dios latino se escindió y fue así como una pasó a
celebrarse en las proximidades del solsticio de invierno -coincidiendo, más o
menos, con las antiguas fiestas de Jano- y la otra en fecha simétrica, el
solsticio de verano, coincidiendo con la festividad de San Juan Bautista. Desde
el punto de visto zodiacal, la primera festividad coincidía con el signo de
Capricornio, y se la llamaba "puerta de los dioses"; estaba presidida
por la tristeza y la desesperanza por el alejamiento del dios sol que parecía
haberse ido separando de su elíptica a lo largo de los meses de otoño. La
naturaleza, abandonada por el sol, había muerto. La festividad opuesta, bajo el
signo de Cáncer, coincidente con el solsticio de verano, se celebraba bajo un
signo diverso: se la llamaba "la puerta de los hombres" y significaba
el apogeo del sol, el momento en que los días son más largos y la naturaleza ha
llegado a su límite de verdor y frondosidad.
Ahora bien, estas dos fiestas opuestas no hacían
sino complementarse mútuamente e indicaban ideas así mismo complementarias. La
llegada al solsticio de invierno reflejaba actitudes contrapuestas: de un lado,
ciertamente se producía en un clima de tristeza y pesadumbre por la muerte de
la naturaleza; pero llegar a ese fecha suponía llegar al límite de alejamiento
del sol; a partir de ese momento, se tenía la certidumbre de que el sol
volvería de nuevo. La fiesta fue llamada en el mundo romano "Dies
natalis solis invictus", el día del nacimiento del sol invencible. De
la misma forma, el solsticio de verano suponía una idéntica actitud ambivalente,
la bondad del clima parecía llegar al punto más álgido, la duración de los
días, tras prolongarse desde el solsticio de invierno al de verano, empezaba, a
partir de ese momento, a acortar su duración. Lo que había llegado a su límite
superior, no podía sino descender; lo que se encontraba, en el punto más bajo,
iniciaba una recuperación.
Este orden de ideas queda perfectamente recogido
en el Evangelio en la contraposición existente entre la figura de San Juan
Evangelista y la de Cristo. Aquel dice, anunciando la inminente llegada de
éste: "Es preciso que El crezca y yo mengüe" que, entre otros
simbolismos, evoca perfectamente el ciclo anual. Y es que, en el fondo, las dos
mitades del círculo no hacen sino evocar las dos fases que concurren en un
mismo ciclo: la ascendente y la descendente.
Las festividades solsticiales, transpasadas a los
dos San Juanes, llegaron a la masonería acompañadas de un grafismo harto
elocuente. Un círculo rodeado de dos rectas paralelas tangentes y verticales,
ostenta un punto en el centro. Se le llama "las columnas de Hércules"
y toma significado del tema joánico. El círculo corresponde al ciclo anual,
identificado con el recorrido del sol -punto situado en el centro del círculo-;
el hecho de que las dos columnas sean paralelas indican simetría y que sean
tangentes nos dice que estarán situadas en los puntos límite del ciclo, los dos
solsticios opuestos. La alusión a Hércules procede del carácter solar de sus 12
trabajos que supusieron una dramatización de su búsqueda heroica a lo largo de
los doce signos zodiacales. Por otra parte, las dos rectas paralelas y
verticales, están tradicionalmente unidas por una filacteria en la que puede
leerse la inscripción "Non plus ultra" que indica un límite imposible
de superar.
La tradición católica confiere a San Juan
Evangelista una naturaleza solar acaso por que su evangelio está considerado
como el más espiritual de los cuatro y por el énfasis puesto en la naturaleza
de Jesucristo como hijo del Verbo. Su emblema es por esto la naturaleza más
etérea y sutil, el ángel. Por el contrario, en los mismos evangelios se insiste
en que San Juan Bautista está toscamente vestido, con una piel de camello, se
asegura; se trata con ello de demostrar el carácter humano de su naturaleza. El
mismo tema se recoge en otras tradiciones: el hombre no iniciado, es
equivalente al "hombre de los bosques", al "hombre salvaje"
que figura en algunas representaciones románicas y góticas y al que Fulcanelli
dedica uno de los más hermosos capítulos de sus "Moradas Filosofales":
el hombre salvaje de Thiers. El hombre viejo que precisa una metanoia para
alcanzar la salvífica naturaleza trascendente del hombre nuevo.
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7. Jakin y Boaz
En un documento masónico datado en 1724 titulado
"El Gran Misterio de la Franc-Masonería" se demuestra la diferencia
entre los rituales antiguos de la orden en comparación con los que se utilizan
en nuestros días en las logias. Así por ejemplo, en la actualidad, cada grado
tiene una palabra de paso y una palabra sagrada, sin embargo, el siguiente fragmento
muestra que antaño existió una palabra universal:
"P.: Dadme la palabra de Jerusalén.
R.: Giblin.
P.: Dadme la palabra universal.
R.: Boaz".
Boaz es el nombre que la Biblia atribuye a una de
las dos columnas situadas a la entrada del Templo de Salomón. Estas dos
columnas están todavía presentes en los templos masónicos situadas en un lugar
preferencial. Una es precisamente esta, Boaz, y la otra Jakin. Ambas señalan la
diferencia entre el espacio profano y el mundo sagrado de la logia. Sin embargo
su utilización en los rituales masónicos es mucho más amplia.
En realidad, Jakin y Boaz son las palabras
sagradas de los dos primeros grados de la masonería, mientras que Mac-Benah es
la correspondiente al tercero. No parece que se trate de una tradición anterior
a mediados del siglo XVIII. Y, desde luego, la elección no fue del todo
arbitraria, sino que respondió fundamentalmente a la voluntad de resaltar los
orígenes templarios de la masonería. En efecto, en el grado 30? se explica que
estas tres palabras corresponden a las iniciales de Jacobus Burgundius Molay,
el último Gran Maestre de la Orden del Temple quemado en una pequeña isla del
Sena en 1314 con la bendición de Felipe el Hermoso y del papa Clemente V. En la
superestructura de los grados superiores está muy presente esta voluntad de
entroncar con el esoterismo templario. Así por ejemplo el 1743 un grupo de
masones de Lyon establecieron el grado de Kadosh, uno de los que componen los
"grados de la venganza templaria". En ellos se explica que algunos templarios
franceses lograron eludir la persecución y refugiarse en Escocia en donde
fueron admitidos en las Hermandades de Constructores, donde perpetuaron sus
ritos y misterios. Hay que decir que no existen pruebas objetivas de tal
filiación y que se trata de una tradición difícilmente demostrable que, como
máximo, indica la voluntad sincrética de la masonería bajo cuyos auspicios de
agrupan cuatro tipos de tradiciones de distintos origen: la propiamente
artesanal de los constructores, la templaria, la rosacruz y la kabalística; por
no hablar de los ritos minoritarios que incorporan temática procedente del
esoterismo egipcio...
El problema a la hora de examinar la masonería,
especialmente a lo largo del siglo XVIII consiste en que se produjeron tal
número de cambios y a tal velocidad que resultad difícil establecer el objeto
de discusión. Contrariamente a lo que se tiene tendencia a pensar en 1717,
fecha unánimemente aceptada como punto de partida de la masonería especulativa,
los rituales distaban mucho de estar concluidos, el simbolismo y las palabras
de paso eran sensiblemente diferentes e, incluso, las concepciones de base
diferían. Puede entenderse así el estallido que se produjo en el último tercio
del siglo. En el ritual de 1730 expuesto por Prichard en "Masonry
dissected" encontramos que la palabra sagrada del aprendiz (1er. grado) es
doble; se le plantea una palabra -Boaz- y debe contestar con otra -Jakín-. La
palabra del segundo grado es Jakín. Pero en 1800 estas palabras resultaban
invertidas: Jakín para el primer grado y Boaz para el segundo. Desde entonces
las discusiones han sido interminables en las logias y las disquisiciones
eruditas han ocupado buena parte del tiempo de reflexión.
Sin embargo el origen y la importancia de estas
dos columnas y de sus nombres es claro y su importancia justificaba
perfectamente el énfasis puesto en el tema. Boaz (en ocasiones escrito Bohaz o
Booz) y Jakin (que también se puede encontrar como Jachin), figuran en todos
los templos masónicos, pintadas de azul y blanco respectivamente. En su
simbolismo moral indican la resistencia ante las oleadas de la ignorancia.
Jakin se suele situar a la izquierda y Boaz a la derecha, su presencia es
también patente en las logias operativas de los "compagnons". Los
constructores todavía las representan con las letras T y S que, incluso hemos
visto superpuestas en algunos documentos. En efecto, la T o "tau"
indica uno de los polos de la dualidad, aquel en el que la cruz de los cuatro
elementos materiales está amputada de su dimensión ascendente para acentuar su
ligazón con la materia terrenal; la S simboliza a la serpiente y su situación
enroscada a la T, indica la atracción que la materia ejerce sobre el espíritu
(la serpiente). En ocasiones, la alquimia medieval, e incluso la simbólica
cristiana, han representado a serpientes crucificadas, con idéntica intención
didáctica.
Flavio Josefo, ya aludió a las dos columnas del
templo de Jerusalén. Decía de ellas que una estaba consagrada al viento y la
otra al fuego a imitación de las que figuraban en los templos sirios. Las
llama, por su parte, Boz y Jaokin. Desde entonces estas dos columnas han hecho
correr mucha tinta y la mayor parte de los ocultistas contemporáneos han
intentado incluirlas en sus sistemas, desde Eliphas Levi hasta H.P. Blavatsky.
Las interpretaciones de Levi son particularmente adecuadas; para él las dos
columnas con sus colores diversos, suponen la lucha entre el bien y el mal, la
fuerza y la debilidad, Cristo y Satán y establece correspondencias, cuanto
menos discutibles, entre mujer-luna-Boaz, hombre-sol-Jakin. Es frecuente
también que otros esoteristas las comparen con las dos columnas laterales del
Arbol Sephirótico, la columna de la Dulzura y la columna de la Sabiduría.
Etienne Marconis de Negre, dice que la columna J significa "preparación
para el Señor", y la columna B, "perseverancia en el bien". Otro
franc-masón prominente, Albert Pike se extiende en interpretaciones
etimológicas difícilmente comprensibles para el profano y así podíamos seguir
hasta el infinito.
Es posible que todas estas explicaciones
contengan algo de verdad y lo que ocurre es cada autor intenta adaptar al
sistema ritual o filosófico que le es propio. Importa poco a nuestros efectos.
Para nosotros está claro que las dos columnas del templo masónico, como de las
hermandades de constructores, suponen el ornamento más llamativo y visible de
toda la logia. Situarse en templo y seguir el rito supone necesariamente que la
vista del adepto percibe las dos enormes moles, azul y blanca, que figuran en lugar
preferencial. Si baja la vista, verá igualmente, el pavimento ajedrezado. Pues
bien, ambos elementos no son, fundamentalmente, sino intentos de que en ningún
momento se olvide que el mundo contingente es un mundo dual y que en esta
dualidad anida el dolor; cruzas las puertas del templo, franquear el umbral
marcado por sus dos columnas, supone penetrar en un mundo de esencias
diferentes en el que dualidad ha sido superada. en el mismo Arbol Sephirótico,
existe una tercera columna, la central, mayor que las dos laterales, la Columna
de la Clemencia, síntesis de las otras dos y cuya cima el iniciado aspira a
alcanzar, pues, culminándola se encuentra Ketter, la séfira que indica la
corona de la realización consumada.
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